Para siempre
Pero sigue trabajando que este asunto de hoy no es contigo.
...
Ese sábado tenía pendientes hasta los tuétanos. No estaba lista la nota para publicar al día siguiente y yo no tenía ni un ápice de ganas de hacerla. La pantallita del celular se encendió y vi el mensaje: "Prima, estoy en Caracas. ¿Qué vas a hacer hoy?". Yo que le había inventado a mi nuevo fulano un cuento para no salir, de inmediato te contesté para concertar una cita. "Escríbeme después de las 6 y cuadramos", te dije.
En efecto, puntualísimo, volviste a escribir.
Tanto dimos y planificamos que la conclusión fue que se vinieran a casa. Ese fin de semana aquí no había estrictas reglas de papás y yo me moría por verlos. Yo tenía que trabajar al día siguiente pero ¿cómo no recibir a mi primo y cuñado favorito en casa?
Hice las compras acordadas y sólo quedó esperar.
Con el taxi en la puerta del edificio los vi llegar. Los abrazos, los piropos y los infaltables cómo estás. Ya en casa había que ponerse cómodo y aprovechar el tiempo para hablar. Los tragos por delante, un cigarrito por aquí y otro por allá. Hablar de mi vida y de la de ustedes, de cómo han cambiado las cosas de cómo se recompuso, después de todo, este corazón roto y de cómo se recompone, después de ellas/os el de ustedes. De los planes del próximo año, del trabajo y los quehaceres, de papás y mamás. De silencios y un breve encuentro con los nuevos aires de mi Asere por Skype. Y llega miga, aprovechándose de la bondad de sus papás pasados de tragos, para aderezar los cuentos, para mejorar la cosa. Hablamos entonces de él y de quién es ahora, de las ganas que tienen de vernos volver, de las oportunidades tiradas al trasto. Hablamos de las falsas amistades y de las mentiras y, sin más, con otro trago y con otras risas, nos alegramos de haberlas superado todas. Luego bailamos y bailamos. También cantamos. Tan sabroso esto de estar tan pasaditos de tragos y sin nadie que nos llame la atención. De pronto, un tequila y venga otro trago. Más baile, más canto, más risas y hasta vallenatos (¡qué horror!). La presentación formal de "La muñe" y su club de fans y tus ganas primo de hacerle tragar a nuestro nuevo amigo todas sus ironías. Con el cielo pintando el día, Giova ofrece las arepitas del desayuno. Tú te rendiste mientras el cuñado seguía con ganas de beber algo más. A las 5:30 am el sueño liquidó la fiesta.
A la mañana siguiente (o técnicamente unas horas después) mi cuarto es campo minado de ropa por doquier y de ese olorcito a alcohol y cigarrillos que queda después de los amaneceres de fiesta. Yo que por fortuna dormí en otra habitación, gracias a esos analgésicos pre sueño, me paré como si nada. Listo el baño, listo el café y, con la promesa cumplida, listas las arepitas. Para mí y para ustedes, para cuando decidieran levantarse.
Antes de salir di al cuñado un beso en la frente y el deseo de que sea, sin ataduras, eso que siempre ha querido ser. Eso sí, con la honestidad, el cariño y el respeto de siempre, sin hacerse ni hacernos daño. Para el primo un beso en el cachete y las ganas viscerales de que la vida le cumpla, sin tantas condiciones, el plan de irse a ver qué pasa.
Ese día dormí solo tres horas pero no tuve ganas de pegar un ojo durante la jornada laboral. Y es que cuando uno está contento el cuerpo lo siente y se nota. Si la cosa es así, ¡salud! y que vengan más noches de ron y baile, de conversas y cuentos, de sueños y de historias a medio escribir. Las puertas de mi casa están abiertas para otro encuentro; las de mi corazón sí que están cerradas pero con ustedes adentro (por si un día se les ocurre salir).
Por fortuna, esto entre ustedes y yo sigue creciendo.
Una moneda por oración
Entré simulando ser una viuda cumpliendo el último deseo de su marido difunto. Entré asustadita pensado en lo que pasaría si, afuera, los fanáticos de la plaza Andrés Eloy Blanco me descubrían intentando saber qué pasaría ahora con lo que ellos llaman la Plaza de la Revolución que, aun con más revolucionarios, por mucho tiene que envidiarle a la de La Habana.
Un suéter marrón y los lentes oscuros, sin maquillaje para hacer más teatral la cosa. Entré a la única ala habilitada de la basílica de Santa Capilla y me senté en el segundo banco, de atrás para adelante. La verdad es que estaba petrificada, no tenía ni idea de cómo preguntaría a los confesos revolucionarios sobre el destino de la plaza del UPV ahora que la líder había muerto.
Entré a ese sitio a calmarme y a trazar mi plan porque tenía miedo y del buen; eso que aquí esa sensación se ha vuelto algo natural.
Me senté y mientras intentaba pensar, en el segundo banco, esta vez de adelante para atrás, estaba la voz cantante del Santo Rosario. "Dios te salve María, llena eres de gracia, el señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito sea el fruto de tu vientre Jesús" y el coro proseguía con el "yara yara" de la oración.
Vi entrar a dos señoras. Se acercaron a un santo, cuyo nombre anoté en algún papelito que, por cagada supongo, no sé dónde guardé. Le tocaron los pies y se persignaron. Un par de pasos e hicieron lo propio con un San Miguel Arcángel y esta vez dejaron caer unas moneditas en la escandalosa alcancía de metal. Se sentaron, a lo sumo, 10 minutos. Después se fueron con el mismo silencio de su llegada.
Luego entró él, con su chaqueta de cuero, esa que seguro pagó por partes y con su chapa de funcionario en el pecho. No la usó para restregársela en el rostro a nadie. No tenía a quien. Otra vez la señal de la cruz sobre frente y pecho, unos minutos de silencio, tocar los pies de otra imagen y dejar un billetico azul en el depósito.
La historia se repitió, por lo menos, cuatro veces. A mí ya se me había olvidado el propósito inicial de mi visita. El ritual me mantenía embelesada: una petición, una moneda, una oración y chao. Era algo así como decirle al santo o a Dios, depende de qué prefiere la gente, "yo creo en lo que puedes hacer por mí, pero por si acaso se te olvida, aquí va una monedita". No era caridad pura. Quizá podía ser agradecimiento por algún favor concedido pero con una monedita por delante "por si necesito pedirte otra ayudita".
Una hora después decidí volver al trabajo. Otra señora llegaba para rezar el enésimo rosario.
De lo que había ido a hacer por aquellos lares, la única información que pude obtener me la dio la lista con los datos de los difuntos que irían a la misa de novenario. Allí, entre las nigérrimas letras impresas, se asomaba su nombre escrito en grafito: Lina Ninette Ron. Quizá sus deudos no pagaron la colaboración a tiempo para salir legalmente en el listado; quizá esa vaina de pagarle a la Iglesia por una misa son cosas del capitalismo y qué va. Con suerte ese día la nombrarían en la misa de las 5:00 pm en Santa Capilla.
-y qué puede decir uno, cada quien expia sus culpas como mejor le parezca, pre o post mortem-