Una moneda por oración

Entré simulando ser una viuda cumpliendo el último deseo de su marido difunto. Entré asustadita pensado en lo que pasaría si, afuera, los fanáticos de la plaza Andrés Eloy Blanco me descubrían intentando saber qué pasaría ahora con lo que ellos llaman la Plaza de la Revolución que, aun con más revolucionarios, por mucho tiene que envidiarle a la de La Habana.

Un suéter marrón y los lentes oscuros, sin maquillaje para hacer más teatral la cosa. Entré a la única ala habilitada de la basílica de Santa Capilla y me senté en el segundo banco, de atrás para adelante. La verdad es que estaba petrificada, no tenía ni idea de cómo preguntaría a los confesos revolucionarios sobre el destino de la plaza del UPV ahora que la líder había muerto.

Entré a ese sitio a calmarme y a trazar mi plan porque tenía miedo y del buen; eso que aquí esa sensación se ha vuelto algo natural.

Me senté y mientras intentaba pensar, en el segundo banco, esta vez de adelante para atrás, estaba la voz cantante del Santo Rosario. "Dios te salve María, llena eres de gracia, el señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito sea el fruto de tu vientre Jesús" y el coro proseguía con el "yara yara" de la oración.

Vi entrar a dos señoras. Se acercaron a un santo, cuyo nombre anoté en algún papelito que, por cagada supongo, no sé dónde guardé. Le tocaron los pies y se persignaron. Un par de pasos e hicieron lo propio con un San Miguel Arcángel y esta vez dejaron caer unas moneditas en la escandalosa alcancía de metal. Se sentaron, a lo sumo, 10 minutos. Después se fueron con el mismo silencio de su llegada.

Luego entró él, con su chaqueta de cuero, esa que seguro pagó por partes y con su chapa de funcionario en el pecho. No la usó para restregársela en el rostro a nadie. No tenía a quien. Otra vez la señal de la cruz sobre frente y pecho, unos minutos de silencio, tocar los pies de otra imagen y dejar un billetico azul en el depósito.

La historia se repitió, por lo menos, cuatro veces. A mí ya se me había olvidado el propósito inicial de mi visita. El ritual me mantenía embelesada: una petición, una moneda, una oración y chao. Era algo así como decirle al santo o a Dios, depende de qué prefiere la gente, "yo creo en lo que puedes hacer por mí, pero por si acaso se te olvida, aquí va una monedita". No era caridad pura. Quizá podía ser agradecimiento por algún favor concedido pero con una monedita por delante "por si necesito pedirte otra ayudita".

Una hora después decidí volver al trabajo. Otra señora llegaba para rezar el enésimo rosario.

De lo que había ido a hacer por aquellos lares, la única información que pude obtener me la dio la lista con los datos de los difuntos que irían a la misa de novenario. Allí, entre las nigérrimas letras impresas, se asomaba su nombre escrito en grafito: Lina Ninette Ron. Quizá sus deudos no pagaron la colaboración a tiempo para salir legalmente en el listado; quizá esa vaina de pagarle a la Iglesia por una misa son cosas del capitalismo y qué va. Con suerte ese día la nombrarían en la misa de las 5:00 pm en Santa Capilla.

-y qué puede decir uno, cada quien expia sus culpas como mejor le parezca, pre o post mortem-

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