El juguete nuevo

La vi de frente con los ojos aguados y llorosos. Había sido otro día de psiquiatra, de terapia y desahogo. Estaba tranquila pero aún con ese nudo en la garganta, con lo inexplicable de los hechos.


Me contó que él llegó al límite y había decidido irse, alejarse de la furia y los reclamos de siempre; mientras que la culpable de la situación solo le reprocha la partida. En el medio está ella, mi amiga, que tuvo que recoger los vidrios rotos y meterlos bajo la alfombra. 

Le tocó no solo invertir su dinero sino usar el tiempo, el ánimo y las ganas de escucharles los gritos y los insultos que no tiene. Y asumió con dignidad.

Esa tarde cuando nos encontramos me contó todo con aplomo y, aunque por poco se le escapan, contuvo las lágrimas. Le di las palabras de ánimo, lo que pude y ella prosiguió con lo difícil que es llegar a su casa y tener un cuarto que no es cuarto, sino un hueco que se comparte entre la cocina y un baño. Todo el drama lo escuché y no logré entenderlo hasta que, con sus mismos ojos llorosos, me dijo:

—¿Tú sabes lo que es tener un vibrador y no poder usarlo chica?— 

Yo no pude más que morirme de la risa pero entendí por fin lo importante que es tener un espacio que sea propio, de uno... No solo para llorar, dormir, reír, escribir, huir y hablar sino para por fin usar el bendito juguetico. 
Y es que no está fácil tener la vida tan complicada y ni siquiera poder darse ese gustico. 
Tienes razón amiga, no hay derecho. 


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Se sube

Acudí el segundo día para colocarme ese aparatico que me diría si mi corazón se mueve ordenadamente o si de pronto le da por mezclar break dance con joropo. Entré al consultorio, otra vez con esa sensación de que estaba en un sitio al que no pertenecía. Ellos debieron sentirlo también, porque sus ojos vidriosos me miraron con la cara típica que los mayores de 60 ponen cuando ven a una muchachita que parece desubicada.

"Buenos días", dije. Solo uno contestó.
Pasé derechito, me anuncié en recepción y me senté pensando en que la visita que tenía que hacer en los alrededores de La Planta no me fuese a poner más nerviosa, en que ojalá encontrara una buena fuente, en que los policías se portaran bien.
"Anyimar, pasa", dijeron. Pausa en la cabeza
Entré al consultorio, el doctor me saludó afectuoso.
Me senté frente a él. Sonrío y preguntó: ¿Qué haces tú de 2:00 a 8:00? 
—¡Mierda! ¿Esto es una propuesta indecente?— 
"Trabajo. Yo trabajo a esa hora... ¿por qué", dije hasta con cierto tonito de indignación.
"¿Te presionan mucho en el trabajo?", insistió.
—¿Qué tiene que ver eso?—
"No, no mucho. Quizá soy yo quien se exige demasiado... ¿por qué?", me limité a responder.
"Te explico Anyimar. El estudio que te hicimos ayer salió bastante bien en las mañanas pero en las tardes hay alteraciones de tu tensión. Puede llegarte a 14 la alta y a 9 la baja, y eso no está bien para tuedad. Y para la de nadie", sentenció.
—Cooooooño. Me jodí. 24 años y sufriendo de la tensión—
"Yo te voy a recetar una pastillita que vas a tomar una vez al día, y con eso no debería haber problemas. También debería desaparecer la cefalea y los mareos", prosiguió.
Yo anoté la receta médica, me reí nerviosa y hasta tuve ganas de llorar.
Salí del consultorio como si nada, pedí un informe médico (sí, esas cosas que hacen las mamás "para el seguro") y me fui.

En el camino pensé mil cosas, en que coño no era suficiente con lo que me costaba hacer dietas sino que ahora sufría de la tensión, buena vaina, que cómo se me ocurre, que yo si me preocupo, que no he ido a La Planta, que no he hecho la nota, en que si no me contestan, en mira cómo tengo el cabello de reseco, en que hay un jean que no me queda, que  quizá salga tarde otra vez, que no he visto a mis amigas, que debo buscarme un tiempito, que quiero un día libre, que no traje almuerzo y debo comprar, que debo un dineral en tarjetas de crédito, que tengo tiempo sin ver a mis sobrinos, que los chamos crecen rápido y uno se los pierde, que como serán mis hijos, que no me he afeitado las piernas, que si el quiere esta noche, qué pena, que no me eché crema, que no he ido al ortodoncista, que debo comprar un cepillo de dientes...y así.

¿Qué hago en las tardes?
Semiosis ilimitada.
Eso hago.

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Con mi pastillita dentro de la cartera voy. Digna, con mi achaque de persona mayor y sin la receta para dejar de preocuparme por esas cosas que me suben la tensión.

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365 perfectos

Me decía una de mis amigas que el amor es esa fila india en la que quien te gusta te da la espalda... pero tú, gracias a la vida y a tu propia insistencia, te volteaste... Por eso aquí vamos, y aquí seguimos, después de un año con los altos más altos y los bajos más bajitos.
Con todo lo que me amas y me cuidas, con todo lo que te brillan los ojos y me brillan, con lo amplia que tienes —tenemos— la sonrisa.

Feliz 1° aniversario.

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