El juguete nuevo
La vi de frente con los ojos aguados y llorosos. Había sido otro día de psiquiatra, de terapia y desahogo. Estaba tranquila pero aún con ese nudo en la garganta, con lo inexplicable de los hechos.
Me contó que él llegó al límite y había decidido irse, alejarse de la furia y los reclamos de siempre; mientras que la culpable de la situación solo le reprocha la partida. En el medio está ella, mi amiga, que tuvo que recoger los vidrios rotos y meterlos bajo la alfombra.
Le tocó no solo invertir su dinero sino usar el tiempo, el ánimo y las ganas de escucharles los gritos y los insultos que no tiene. Y asumió con dignidad.
Esa tarde cuando nos encontramos me contó todo con aplomo y, aunque por poco se le escapan, contuvo las lágrimas. Le di las palabras de ánimo, lo que pude y ella prosiguió con lo difícil que es llegar a su casa y tener un cuarto que no es cuarto, sino un hueco que se comparte entre la cocina y un baño. Todo el drama lo escuché y no logré entenderlo hasta que, con sus mismos ojos llorosos, me dijo:
—¿Tú sabes lo que es tener un vibrador y no poder usarlo chica?—
Yo no pude más que morirme de la risa pero entendí por fin lo importante que es tener un espacio que sea propio, de uno... No solo para llorar, dormir, reír, escribir, huir y hablar sino para por fin usar el bendito juguetico.
Y es que no está fácil tener la vida tan complicada y ni siquiera poder darse ese gustico.
Tienes razón amiga, no hay derecho.
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