Imagino que...
A partir de este momento tienes 24 horas para llamarme e invitarme a salir. Yo prometo decir que sí. Prometo ponerme muy linda, soltarme el cabello y no olvidar aquel bonito par de zarcillos. Desde el momento en que repique mi teléfono y responda al sonido de tu voz tendrás 23 hrs y 55 minutos para pensar en lo primero que harás cuando me veas. No lo decidirás libremente, yo te daré las opciones.
Al verme...
*Corres y me abrazas
*Corres y me besas
*Corres y me tocas
*Corres y te vas
Sólo puedes escoger una de ellas pero, sin derecho a réplicas, necesariamente correrás. Yo, por mi parte, prometo llegar temprano a la hora y sitio acordado.
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Te esperaré sentada en algún lado con los pies ligeramente despegados del suelo, revisando llamadas perdidas en el celular y mordiendo descontroladamente mis labios. (Estaré nerviosa como podrás imaginar).
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Te esperaré sentada en algún lado con los pies ligeramente despegados del suelo, revisando llamadas perdidas en el celular y mordiendo descontroladamente mis labios. (Estaré nerviosa como podrás imaginar).
Cuando te acerques preguntarás por qué te hice correr, te miraré directamente a los ojos y a cambio te daré una sonrisa. Enseguida lo entenderás. Y sonreirás.
Te tomaré el rostro para preguntarte por qué tardaste tanto. Con tu cara entre mis manos me aseguraré de que no vuelvas a bajar la cabeza. Me mirarás directo a los ojos y responderás. Cuando se sellen tus labios comenzaremos a caminar. Uno al lado del otro, con absoluta proximidad.
Yo no te voy a preguntar nada que no quiera saber, y te juro que no increparé sobre la vida que has decidido vivir (son tus decisiones, punto y fin). Tú, aunque quieras, no intentarás saber qué he hecho después de ti.
Me tomarás de la mano, esas manos que, con suerte, recordarán cómo encajar perfectamente con las mías. Caminaremos. Por cada par de pasos que demos juntos te detendrás para abrazarme pidiéndome en secreto que no te deje nunca (que no te vuelva a dejar).
Yo asentiré con la cabeza y seguiré en absoluto silencio con una sonrisa en la cara.
Iremos a aquel jardín al que alguna vez fuimos a leer libros mientras imaginábamos vidas después de esta vida. Al entrar, casi como si se tratara de una terapia espiritual, respiraremos profundo y nos apretaremos las manos. Ese pedacito de verde nos permitirá dejar nuestras respiraciones asistidas después de tanto tiempo. Recorreremos las veredas de piedra entre los jardines y buscaremos un lugar justo debajo de un alto árbol, un lugar con un poco de luz, con otro poco de sombra, y sin moradores alrededor. Nos acostaremos en la grama y de inmediato colocarás tu cabeza en el espacio exacto que mi cuerpo ha sellado para ti entre mi barriga y mi vientre. Te diré lo mismo que digo siempre: "¡Qué bendita manía tuya de estar siempre en horizontal!". Sonreirás mientras guiñas el ojo, como buscando aprobación a un genuino acto de picardía y comodidad.
No leeremos libros ni hablaremos de vidas ajenas. Haremos silencio del más puro mientras mi cuerpo redescubre a aquella persona que ahora dice no conocer. Con el mismo silencio intentarás hacerme entender que sigo conociéndote, casi como siempre, como si no nos hubiesemos separado nunca.
Hablaremos de tus miedos y los míos, de qué se hace durante un después. De las metas que cumplimos y de las que ya no veremos cumplir, de los nuevos retos, de los vicios adquiridos, de los presagios advertidos, de los sueños perdidos y las esperanzas renovadas. Hablaremos de ese viaje y del miedo que me da. Tomarás fuerte mi mano y la besarás tratando de tranquilizarme con la firmeza de quien dice que me esperará con los brazos abiertos justo el día que vuelva (porque sabes que regresaré).
Pasaremos el día reviviendo sólo las buenas historias, recordando alegrías y burlándonos de las desventuras. Esta vez sin obligaciones pendientes ni celulares a mano. Con el ocaso sobre los hombros saldremos de allí y me invitarás a comer. Te diré que no, previendo aquellas ideas que sólo vienen con el peso de las estrellas. A cambio, te tomaré de la mano y te invitaré a transitar por uno de los pocos sitios que quedan en Caracas para caminar (¿recuerdas cuál?). Caminaremos hasta que ya no tengamos de qué hablar. Con ambas manos entrelazadas nos miraremos para terminar de entender aquellas ideas que dejamos sueltas a propósito, para cerrarlas en silencio con el poder de las miradas. Nos despediremos y cada uno regresará a casa. Tú comprenderás por qué sigues pensando en mí, yo habré encontrado una razón para volver a pensar en ti. Y estaremos complacidos.
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Si ese día decides abrazarme, durante toda la tarde me abrazarás.
Si ese día decides besarme, durante toda la tarde me besarás.
Si ese día decides tocarme, bueno podrás tocarme, pero no toda la tarde. (seguro harbá mucha gente viendo y ya sabes como soy yo con esas cosas)
Si ese día decides irte, correr e irte, no importa esta historia, será otra página de palabras escritas con este deseo insepulto de volver a verte. (y nada más)
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Porque todo escritor debe ejercitar el puño y la imaginación
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Y la factibilidad de la historia, muchas veces, está de más
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Y la factibilidad de la historia, muchas veces, está de más
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