El juguete nuevo
La vi de frente con los ojos aguados y llorosos. Había sido otro día de psiquiatra, de terapia y desahogo. Estaba tranquila pero aún con ese nudo en la garganta, con lo inexplicable de los hechos.
Se sube
Acudí el segundo día para colocarme ese aparatico que me diría si mi corazón se mueve ordenadamente o si de pronto le da por mezclar break dance con joropo. Entré al consultorio, otra vez con esa sensación de que estaba en un sitio al que no pertenecía. Ellos debieron sentirlo también, porque sus ojos vidriosos me miraron con la cara típica que los mayores de 60 ponen cuando ven a una muchachita que parece desubicada.
"¿Te presionan mucho en el trabajo?", insistió.
—¿Qué tiene que ver eso?—
"No, no mucho. Quizá soy yo quien se exige demasiado... ¿por qué?", me limité a responder.
"Te explico Anyimar. El estudio que te hicimos ayer salió bastante bien en las mañanas pero en las tardes hay alteraciones de tu tensión. Puede llegarte a 14 la alta y a 9 la baja, y eso no está bien para tuedad. Y para la de nadie", sentenció.
—Cooooooño. Me jodí. 24 años y sufriendo de la tensión—
"Yo te voy a recetar una pastillita que vas a tomar una vez al día, y con eso no debería haber problemas. También debería desaparecer la cefalea y los mareos", prosiguió.
Yo anoté la receta médica, me reí nerviosa y hasta tuve ganas de llorar.
Salí del consultorio como si nada, pedí un informe médico (sí, esas cosas que hacen las mamás "para el seguro") y me fui.
En el camino pensé mil cosas, en que coño no era suficiente con lo que me costaba hacer dietas sino que ahora sufría de la tensión, buena vaina, que cómo se me ocurre, que yo si me preocupo, que no he ido a La Planta, que no he hecho la nota, en que si no me contestan, en mira cómo tengo el cabello de reseco, en que hay un jean que no me queda, que quizá salga tarde otra vez, que no he visto a mis amigas, que debo buscarme un tiempito, que quiero un día libre, que no traje almuerzo y debo comprar, que debo un dineral en tarjetas de crédito, que tengo tiempo sin ver a mis sobrinos, que los chamos crecen rápido y uno se los pierde, que como serán mis hijos, que no me he afeitado las piernas, que si el quiere esta noche, qué pena, que no me eché crema, que no he ido al ortodoncista, que debo comprar un cepillo de dientes...y así.
¿Qué hago en las tardes?
Semiosis ilimitada.
Eso hago.
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Con mi pastillita dentro de la cartera voy. Digna, con mi achaque de persona mayor y sin la receta para dejar de preocuparme por esas cosas que me suben la tensión.
365 perfectos
Me decía una de mis amigas que el amor es esa fila india en la que quien te gusta te da la espalda... pero tú, gracias a la vida y a tu propia insistencia, te volteaste... Por eso aquí vamos, y aquí seguimos, después de un año con los altos más altos y los bajos más bajitos.
Con todo lo que me amas y me cuidas, con todo lo que te brillan los ojos y me brillan, con lo amplia que tienes —tenemos— la sonrisa.
Feliz 1° aniversario.
Seis!
Seis meses es así como decir medio año.
Igualito.
Y es eso, medio año lo que llevo contigo, mirándote a los ojos, dejándote mirarme, mimarme y amarme.
Qué amor tan loco y desenfrenado el tuyo chico. Con razón esperaste tantos años.
Esperaste que se me curara el alma, que te quisiera y deseara todo lo que, sin conocerme, me quisiste y deseaste desde aquel momento en el que me viste tongoneando el culo cuando iba camino a sacar unas copias.
Es gracioso, extremo y loco todo lo que hemos pasado en este tiempo.
Es también raro, profundo e ilógico.
Irracional y peligroso, eso también.
Es tanto en tan poco tiempo que me aterroriza pensar que algún día, fuera del chistecito de siempre, se me ocurra tomarte la palabra de aventurarme a que me lleves el desayuno todos los días a la cama. Y con las ganas que tienes de mostrarme lo bien que cocinas y planchas; de que te acompañe a buscar los nuevos muebles y la mesita de centro; de que la cartera nunca más amanezca en el piso sino en el perchero que seguro quieres tener cerca de la cama.
Tú tan pendiente, entregado y contento... Con todas tus ganas de mantenerme sonriendo, con todo ese empeño que tienes en que seamos felices...
No te equivocas cada vez que dices que te miro distinto. Y es que mientras más tiempo pasa a mí me invade un miedo terrible de que un día no pueda controlar esas ganas de besarte en la boca, la necesidad de mirarte a los ojos, de amanecer apretadita en tu pecho y tú tan aferradito a mis manos.
Cómo no celebrarnos la gracia, si nunca creímos que sobrepasaríamos las 72 horas.
Con todo lo que tienes/tengo; con todo lo que te/me falta...
Feliz sexto mes.
Me gustas!
Se abrevia Mor!
Y aunque estoy lejos de ponerle sellos de "para siempre" a esto, ahora, justo ahora, me gusta quererte...
Para siempre
Pero sigue trabajando que este asunto de hoy no es contigo.
...
Ese sábado tenía pendientes hasta los tuétanos. No estaba lista la nota para publicar al día siguiente y yo no tenía ni un ápice de ganas de hacerla. La pantallita del celular se encendió y vi el mensaje: "Prima, estoy en Caracas. ¿Qué vas a hacer hoy?". Yo que le había inventado a mi nuevo fulano un cuento para no salir, de inmediato te contesté para concertar una cita. "Escríbeme después de las 6 y cuadramos", te dije.
En efecto, puntualísimo, volviste a escribir.
Tanto dimos y planificamos que la conclusión fue que se vinieran a casa. Ese fin de semana aquí no había estrictas reglas de papás y yo me moría por verlos. Yo tenía que trabajar al día siguiente pero ¿cómo no recibir a mi primo y cuñado favorito en casa?
Hice las compras acordadas y sólo quedó esperar.
Con el taxi en la puerta del edificio los vi llegar. Los abrazos, los piropos y los infaltables cómo estás. Ya en casa había que ponerse cómodo y aprovechar el tiempo para hablar. Los tragos por delante, un cigarrito por aquí y otro por allá. Hablar de mi vida y de la de ustedes, de cómo han cambiado las cosas de cómo se recompuso, después de todo, este corazón roto y de cómo se recompone, después de ellas/os el de ustedes. De los planes del próximo año, del trabajo y los quehaceres, de papás y mamás. De silencios y un breve encuentro con los nuevos aires de mi Asere por Skype. Y llega miga, aprovechándose de la bondad de sus papás pasados de tragos, para aderezar los cuentos, para mejorar la cosa. Hablamos entonces de él y de quién es ahora, de las ganas que tienen de vernos volver, de las oportunidades tiradas al trasto. Hablamos de las falsas amistades y de las mentiras y, sin más, con otro trago y con otras risas, nos alegramos de haberlas superado todas. Luego bailamos y bailamos. También cantamos. Tan sabroso esto de estar tan pasaditos de tragos y sin nadie que nos llame la atención. De pronto, un tequila y venga otro trago. Más baile, más canto, más risas y hasta vallenatos (¡qué horror!). La presentación formal de "La muñe" y su club de fans y tus ganas primo de hacerle tragar a nuestro nuevo amigo todas sus ironías. Con el cielo pintando el día, Giova ofrece las arepitas del desayuno. Tú te rendiste mientras el cuñado seguía con ganas de beber algo más. A las 5:30 am el sueño liquidó la fiesta.
A la mañana siguiente (o técnicamente unas horas después) mi cuarto es campo minado de ropa por doquier y de ese olorcito a alcohol y cigarrillos que queda después de los amaneceres de fiesta. Yo que por fortuna dormí en otra habitación, gracias a esos analgésicos pre sueño, me paré como si nada. Listo el baño, listo el café y, con la promesa cumplida, listas las arepitas. Para mí y para ustedes, para cuando decidieran levantarse.
Antes de salir di al cuñado un beso en la frente y el deseo de que sea, sin ataduras, eso que siempre ha querido ser. Eso sí, con la honestidad, el cariño y el respeto de siempre, sin hacerse ni hacernos daño. Para el primo un beso en el cachete y las ganas viscerales de que la vida le cumpla, sin tantas condiciones, el plan de irse a ver qué pasa.
Ese día dormí solo tres horas pero no tuve ganas de pegar un ojo durante la jornada laboral. Y es que cuando uno está contento el cuerpo lo siente y se nota. Si la cosa es así, ¡salud! y que vengan más noches de ron y baile, de conversas y cuentos, de sueños y de historias a medio escribir. Las puertas de mi casa están abiertas para otro encuentro; las de mi corazón sí que están cerradas pero con ustedes adentro (por si un día se les ocurre salir).
Por fortuna, esto entre ustedes y yo sigue creciendo.
Una moneda por oración
Entré simulando ser una viuda cumpliendo el último deseo de su marido difunto. Entré asustadita pensado en lo que pasaría si, afuera, los fanáticos de la plaza Andrés Eloy Blanco me descubrían intentando saber qué pasaría ahora con lo que ellos llaman la Plaza de la Revolución que, aun con más revolucionarios, por mucho tiene que envidiarle a la de La Habana.
Un suéter marrón y los lentes oscuros, sin maquillaje para hacer más teatral la cosa. Entré a la única ala habilitada de la basílica de Santa Capilla y me senté en el segundo banco, de atrás para adelante. La verdad es que estaba petrificada, no tenía ni idea de cómo preguntaría a los confesos revolucionarios sobre el destino de la plaza del UPV ahora que la líder había muerto.
Entré a ese sitio a calmarme y a trazar mi plan porque tenía miedo y del buen; eso que aquí esa sensación se ha vuelto algo natural.
Me senté y mientras intentaba pensar, en el segundo banco, esta vez de adelante para atrás, estaba la voz cantante del Santo Rosario. "Dios te salve María, llena eres de gracia, el señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito sea el fruto de tu vientre Jesús" y el coro proseguía con el "yara yara" de la oración.
Vi entrar a dos señoras. Se acercaron a un santo, cuyo nombre anoté en algún papelito que, por cagada supongo, no sé dónde guardé. Le tocaron los pies y se persignaron. Un par de pasos e hicieron lo propio con un San Miguel Arcángel y esta vez dejaron caer unas moneditas en la escandalosa alcancía de metal. Se sentaron, a lo sumo, 10 minutos. Después se fueron con el mismo silencio de su llegada.
Luego entró él, con su chaqueta de cuero, esa que seguro pagó por partes y con su chapa de funcionario en el pecho. No la usó para restregársela en el rostro a nadie. No tenía a quien. Otra vez la señal de la cruz sobre frente y pecho, unos minutos de silencio, tocar los pies de otra imagen y dejar un billetico azul en el depósito.
La historia se repitió, por lo menos, cuatro veces. A mí ya se me había olvidado el propósito inicial de mi visita. El ritual me mantenía embelesada: una petición, una moneda, una oración y chao. Era algo así como decirle al santo o a Dios, depende de qué prefiere la gente, "yo creo en lo que puedes hacer por mí, pero por si acaso se te olvida, aquí va una monedita". No era caridad pura. Quizá podía ser agradecimiento por algún favor concedido pero con una monedita por delante "por si necesito pedirte otra ayudita".
Una hora después decidí volver al trabajo. Otra señora llegaba para rezar el enésimo rosario.
De lo que había ido a hacer por aquellos lares, la única información que pude obtener me la dio la lista con los datos de los difuntos que irían a la misa de novenario. Allí, entre las nigérrimas letras impresas, se asomaba su nombre escrito en grafito: Lina Ninette Ron. Quizá sus deudos no pagaron la colaboración a tiempo para salir legalmente en el listado; quizá esa vaina de pagarle a la Iglesia por una misa son cosas del capitalismo y qué va. Con suerte ese día la nombrarían en la misa de las 5:00 pm en Santa Capilla.
-y qué puede decir uno, cada quien expia sus culpas como mejor le parezca, pre o post mortem-
¿Dónde quedaron los héroes?
Aquella minúscula criatura apenas llegaba a los cinco años. Tenía los ojos miel más vivaces e inocentes que hubiesen visto jamás. Era malcriado y llorón, le decían "el llorón".Un día se levantó temprano, se calzó los zapatos al revés, pensando que todo estaría en orden si aquella loca niñera no se daba cuenta. Se vistió con un short verde, franela marrón y pasó un peine húmedo por su rubio y ensortijado cabello.
Tomó un taburete en el baño de su abuela para mirarse en el espejo y sonrió mostrando aquella dentadura incompleta propia del ansiado cambio de los dientes de leche. Abrió el gabinete, tomó un lápiz negro y se dibujó un antifaz que surcaba su frente de extremo a extremo y bordeaba sus mejillas. "Listo", dijo para sí cuando vio su trabajo concluido. Él quería una máscara azul pero la abuela no tenía otro color, y ni modo.
Se bajó del banquito, tomó una sábana, la dobló torpemente y la metió en la mochila del colegio. Todo estaba casi listo. Casi.
Recordó que la noche anterior había logrado sacarle un par de monedas a su abuela de aquel original escondite que llevaba entre sus pechos, no se habría imaginado que eso que hacía con la inocencia más febril, le podría haber costado prisión de grande. No lo sabía, no le importaba. Tenía cinco años, la sonrisa a medio armar, el ímpetu infantil, los sueños completitos y su carácter. ¿Qué más podía pedir?...
Ah, una cabuyita, eso le hacía falta para completar el plan. Tomó su trompo y el de su hermanito —que todavía dormía— y le quitó los guarales. Con los dos juntos, tendría la extensión perfecta para lo que necesitaba.
La sábana, la mochilita, el papagayo de su primo, los cordones, las moneditas de la abuela, su mirada traviesa y el carácter autoritario y atrevido. Todo eso lo llevaba.
Salió de casa por la puerta principal y nadie se dio cuenta.
La calle estaba caliente. Como de costumbre en el pueblo hacía sol. De inmediato recordó que había dejado el agua en casa, pero no regresaría ni en broma. Siguió su camino.
Paró en el abasto, compró un refresco que simularía cualquier bebida con poderes sobre humanos. Ya sabía él que los súper héroes no vuelan por meras ganas de volar, siempre hay que ayudarlos con algo.
Llegó a la colina, el montoncito de tierra que había dejado la noche anterior estaba exactamente en el mismo lugar. Suerte que las vecinitas habían salido con su mamá y no podrían fastidiar.
Sacó la sábana del bolso, se la ató al cuello. Se amarró el papagayo torpemente a la espalda con los cordones del trompo. En cuestión de segundos era entonces todo un héroe. Estaba listo para la batalla.
En su cabeza luchó contra un gran monstruo que quería azotar al pueblo y cuando finalmente lo venció tuvo que rescatar a su familia de las garras de un científico loco. Toda una aventura en la que volaba de un lado al otro cumpliendo misiones, haciendo del mundo un mejor lugar.
Al otro lado de la calle, su abuela lo observaba. "Estará loco ese muchacho" —dijo mientras él, con el rostro enrojecido por el sol, corría en el terreno del vecino al tiempo que batía incansablemente sus brazos como para dar fuerzas al vuelo.
Cumplió 15.850 misiones en cuatro horas del día. Estaba satisfecho y agotado. Su abuela lo llamó a comer y encontró la ocasión para decirle a su compañero imaginario de batallas que volvería al caer la tarde. De camino a casa se encontró con su vecinita, aquella que le hacía morir de la pena cada vez que le sonreía. Con la testarudez propia de su edad le exigió que saliera de su camino y entró a casa.
Apenas la perdió de vista sonrió en secreto recordando lo bonito que le quedaba ese cintillo rosa.
En casa tuvo un festín digno de un súper héroe y cayó vencido por el sueño.
Recordó sus batallas y sintió en su mejilla el ansiado beso de la vecinita, su amor platónico. Otro día exitoso de misiones y el mundo se había salvado. Él seguía siendo el súper héroe y se había quedado con la chica.
Mañana será otro día...
...
Y qué del momento de nuestra niñez en el que nos sentimos súper héroes. ¿Lo recuerdan? Basta crecer un poco para entender que aquella sábana atada al cuello no nos ayudará a volar o que el refresco de nuestro sabor favorito no da súper poderes. Pero, ¿qué bonito es creerse la historia por un ratito no?
La diferencia entre aquellos salvadores del mundo y nosotros, los simples mortales, es que no se rinden. Cueste lo que cueste no se rinden y menos por miedo a fracasar.
Deberíamos nosotros aprender un poco la lección. No tenemos la capacidad de regenerar nuestros músculos cuando nos golpean o de formar grandes escudos contra los males del mundo. A los humanos los golpes nos duelen y bastante. Sentimos que si caemos no nos volveremos a levantar, pero el peor error será siempre acostumbrarse a estar en el suelo.
No, nos somos súper héroes, no somos intocables y menos invencibles, pero vale la pena creerlo con la misma inocencia que tenemos cuando somos niños.
Lo que más duele de los fracasos es el miedo a enfrentarlos, ¿pero acaso podemos escoger algo más?
No será la primera vez que Súperman no pueda volar.
Tampoco será la última vez que haga hasta lo imposible para alejar de su cuerpo la kriptonita.
¿Cuántos cuentos se cuenta Carlota?
Carlota es madura, en serio, ha crecido con pocos golpes propios pero con infinitos ajenos. Y ha crecido bien, se ha hecho una mujer de bien. Por lo menos así dice siempre su mamá.
Desde donde esté mantendrá una mechita de esperanza en el corazón para volver a aquí, a su espacio vital, el embrionario, el de las batallas siempre fracasadas, el de las políticas vencidas. Y es que ella, de verdad, nunca se quiso ir.
A Carlota, con todo y su apellido, con todo y su presencia, con todo y su timbre de voz, con todo y sus todos, la vida la ha llenado de pruebas. Algunas ganadas al instante, otras luchadas cabeza a cabeza, varias pérdidas irremediablemente y pocas, muy pocas, caducadas según indica la fecha de expiración.
El último caso se ha repetido en aquellas en las que, en cualquier parte de la historia, llevan la palabra amor. Y es que Carlota es de las que aman para siempre. "Maldita la hora en la que lo soñé para siempre", se dice a veces. "Para siempre", repite, como si de esa palabra no se desprendiera la mentira más obvia.
Carlota será la mamá de los morochos, que se portarán fatal, eso también lo sabe. Pero con una mirada, una frase entre dientes y la paciencia inquebrantable, ellos entenderán que "a mamá no le gustan esas cosas". Pobrecito aquel par, soñarán con pasar vacaciones en casas de las tías para escapar de su mamá. Y ella dirá orgullosa "no me importa, mira que bien educaditos están".
Carlota tendrá ese bonito apartamento, impoluto, con el deslumbrante diván.
La historia del perrito la tiene en veremos, pero que lo considere ya es indicio de lo que podría pasar.
y olvido...
"Era un individuo de esos que callan por no hacer ruido, perdedor asiduo de tantas batallas que gana el olvido", de vez en cuando dice Joaquín...
Read more...Así comienzan las reconciliaciones...
Cada noche duermes con el pecho y los ojos bien abiertos, esperando que la rabia absoluta o el amor más puro me permitan volver a tocarte. Desde el día que nos conocimos te enamoraste de mí y, tras un par de palabras, prometiste estar ahí. "Una palabra Anyi. Dame, al menos, una palabra", me dijiste con la entrega de quien decidió pasarse la vida dejando que recorriera su cuerpo con mis dedos.
Confieso que quiero hablarte, que paso buena parte de mis noches pensando en ti y, aun así, no he vuelto a acercarme. Y es que debo contarte algo, tú sabes que yo no miento, —no a ti. Quiero que sepas que te engañé, que pasé noches enteras con aquel al que le basta una pluma y le halaga un pincel.
Quiero confesarte que todas las palabras hechas para ti se las di a un papel, a ese odioso cuadernito de vulgar papel. Nunca intenté hacerte daño, mucho menos ser infiel. Espero puedas perdonarme, que me dejes volver… mi querido blog.
Homónimos
...Lo más extraño de todo es que ahora eres un extraño; y sin embargo, te extraño...
Read more...A las damas...
A leer...
" “La M de Motel sugiere una cama distinta a la rígida H de los hoteles. Es una cama que no es para dormir”. Nosotros nos miramos con cara de “estos chinos son más raros que nosotros”, vimos en la dirección en la que apuntaban los índices de los Chang y entonces nos dimos cuenta de que se referían al motelito de la esquina con su M alumbrada por neones amarillos. “Todas las parejas entran allí como si ocultaran algo, pero cuando salen lo hacen con una sonrisa y un alivio que no se pueden esconder” dijo el menor. “Eso debe ser por lo de la cama en M. Quienes se acuestan allí están destinados a encontrarse en el medio” dijo el mayor. “Queremos un Motel Chang, para que la gente entre temerosa y salga feliz” dijeron los dos. "
Día del Periodista
¿Un título aburridísimo, verdad?... Sí , eso pensé cuando lo escribí pero así quiero que se llame esta cosa.
Y es que hoy celebré (sin almuerzos corporativos, ni pines exóticos, ni con flores de mi novio ni con tarjeticas de mi mamá) mi primer Día del Periodista Venezolano. Sí, porque soy venezolana, y digan lo que digan aquellos fanfarrones de los títulos, yo ya soy periodista. Hoy me di un gustazo, no de cosmos, vinos ni whiskys (como se celebran las cosas aquí) sino de letras. Leí a Leila Guerrero one more time, escudriñé varios reportajes de investigación, me encanté con el trabajo de Siete Días de El Nacional y con el Expediente de El Universal. Hoy sonreí buena parte del día por un montón de mensajes bonitos, por esa vida que imagino y que procuraré hacer venir. Hoy leí mentalmente las páginas de mi revista (que aún no tiene nombre) y me reí en silencio de los ojos bravos de Brigitte y de los ladridos de Margot (o Copete, esto sigue en discusión).
Una de las mejores cosas que leí fue ese mensaje de La Macorina, que me hizo sentir tan chiquitita y grande a la vez. Aquí la mejor parte:
"Porque este planeta está hecho NADA, pero está lleno de gente demasiado mágica como para dejarla sola (y la que diga lo contrario no ha tirado nunca). Ustedes se metieron a esto porque odian a las personas que creen que todo siempre está mal, la estupidez disfrazada de genio, la voz que nos dice que llegamos tarde a la repartición de éxitos. Ustedes se metieron a esto porque, sin duda, debe haber una solución salvable, que no está en ningún curul, ni en todas las canciones melosas hasta el asco, ni en las casillas de inmigración de los aeropuertos, ni en todos los Country Club del mundo, ni en todas las ONG que dicen que van a salvar niños con hambre y terminan follándoselos en la oscuridad de sus buenas intenciones. Hay una solución que está en los ojos de la gente buena."
Y te lo repito, Gracias (de las totales), por confiar en mí y ver matices de esperanza (pese a tu incredulidad) en éste, "el mejor oficio del mundo" (según el Gabo), el de "la gente decente", (según el Kapu). El de los que esconden el miedo tras el trazo de una pluma, para aplastar la soberbia de muchos, para ser la voz de tantos otros. (según yo)
...
pero si no rezas tanto, mejor HAZLE EL AMOR!
sino lo que cualquier cubano te habría dicho…
si le hubieses preguntado”)
Éramos...
" Él era mi novio.
Él y yo éramos felices, coño.
Ahora, él y yo somos ex novios "
Bien lo dijiste, todavía quedan muchos post por escribir...
Sabor a sal
Te vi tan gris y tan bonita, tan dama y tan cortés. Tú me viste tan grosera, ojerosa y despeinada.
***
...
Te besé y me dejaste con ganas de tus labios
...sabor a sal
El Oráculo dijo...
"Y la sola vista o el sonido de la voz del ser amado producen vértigo y ganas de rodar como pelota, y pelusa en el estómago y deseos de reír tontamente, y un sinfín de síntomas que, mezclados, pueden acabar con la fama de una persona digna y seria que desde que se enamoró, no es la misma que era..."
Irreductible
Imagino que...
***
Te esperaré sentada en algún lado con los pies ligeramente despegados del suelo, revisando llamadas perdidas en el celular y mordiendo descontroladamente mis labios. (Estaré nerviosa como podrás imaginar).
***
...
Y la factibilidad de la historia, muchas veces, está de más
Cante, mejor cante
Cuadernitos
Abráceme, sí?
Necesito un abrazo. Sí, un abrazo. De esos que te conectan con la vida, de los que te hacen escuchar el latido de corazones ajenos. Quiero un abrazo fuerte, de los que dan energías —o te las quitan— de los que aplazan quehaceres, de los que completan el día. Necesito un abrazo de paciencia, de brazos calientes, de manos abiertas. Quiero un abrazo que hable bajito y diga al oido las palabras precisas, que quite el miedo, que dé buena vibra. Necesito un abrazo que no lleve promesas inconclusas, que se pinte real. Quiero un abrazo no calculado, ingenuo, un abrazo gigante y descarado.
Hoy lo único que quiero es un abrazo.
Me resisto
(De una periodista en formación a la que no le da la gana de cumplir imposiciones)
Y si las aulas han sido cuna de nuestra formación académica, las calles son, sin duda, nuestra mayor escuela. Hoy más que nunca vemos amenazado el ejercicio de nuestra profesión y haremos todo lo que esté al alcance para garantizar la libertad y el trabajo, tanto para nosotros como para las generaciones futuras.
De los trastornos
Me causa cierta gracia ver que si me muerdo los labios me convierto en tu deseo más perfecto. Si me peino de lado fantaseas con cómo hacerme cometer el sinfín de travesuras que supones sé hacer. Si te hablo al oído imaginas mi lengua circunferenciando alguna parte noble de tu cuerpo. Si me suelto el cabello, tu cabeza se desboca imaginando insólitas batallas de jinetes enloquecidos... Eso no está bien, ¿o sí?
He diagnosticado que estás enfermo.
Sí, totalmente enfermo.
Tienes ese virus infecto-contagioso que te hace desearme con total desenfreno.
No digo que eso esté mal. "Que está muy bien" me diría alguna amiga deseosa de que rompa este pseudo celibato autoimpuesto.
Y sí chico, que está muy bien. Sobretodo por el poder que me da.
Siento que tengo en mis manos (o en cualquier parte del cuerpo, depende de cómo se vea), la cura de esa psicopatología clínica de procedencia indeterminada que habita en tu mente.
...o no...
Incongruencias
"(...) es el único medio que encuentro cuando quiero escucharte"
Y volví a hacerme preguntas, volví a no entender(te), pero sin lágrimas ni albores cursis. Al cabo de dos días y cuarenta y tantas páginas después, Mariana Reyes lo desveló cual epifanía:
(1) de distancia
Sigue acercándote con esa mirada perdida y tus labios de historias
Sigue, con tus manos que hacen música y esa boca que me canta
Sigue, con el deseo explícito que tienes por mi piel
Un domingo cualquiera
9:37 pm. Después de des-grabar (transcribir, como quieran) todo el día una entrevista de dos horas, es momento de escribir. Las tres C del Padre Tejedor, pronunciadas por mi profesora de Redacción I se repetían insistentemente en mi cabeza: “Codo, cabeza y culo”, decía Vaisberg para describir qué debía hacer un buen escritor. Y yo lo único que quería era despegar el culo de la silla y acostarme a ver el Amazing Race (con los venezolanos como finalistas), pero qué vaina, Sebastián y sus entrevistas vuelven a complicarme el domingo. Ni modo.
Mi mamá hace los quehaceres propios del día. Era el “washing-machine time”. Saca la ropa y se sienta, con toda la calma del mundo, a buscarle parejas a las medias justo frente a mí, que no le prestaba atención más que a mi laptop.
—¿No has visto más al muchachito ese que te gusta?, —pregunta buscando un chismesito madre-hija.
—Sí, conversamos hace unos días, casi dos horas hablando de todo un poco —dije recordando a aquel nerd de 1.80 hablándome de intensidades, mientras yo solo le miraba la boca— casi romántico, casi próximo pero otra vez sin un beso.
En ese momento no entendía por qué le contaba eso a mi mamá, pero ella estaba preguntando y yo tenía para responderle con algo que le hiciera callar o que desencadenara una cantidad indeterminada de preguntas. (Supongo que por eso, pero siempre prefiriendo la opción dos)
Hace silencio otra vez mientras demuestra dominio en el arte de emparejar medias, bueno de emparejar. Desde que no tengo novio ha querido emparejar(me) todo.
—Ustedes tenían un montón de medias sucias, yo no tenía tanto tiempo sin lavar. Seguro se estaban poniendo dos o tres pares diarios —prosiguió mientras inventaba excusas casi de invierno para justificar la cantidad de medias sucias, como si la estuviese condenando por eso.
La ignoro, y sigo tratando de resumir en cuatro líneas la vida de Elia Schneider. Bendita entrevista, bendito Sebastián y sus reglas de estilo. Bendito periodismo, cómo jode pero cómo gusta.
Silencio
—Estas medias eran de Luis
Dice mientras me muestra un par de medias, que en efecto eran de él. Ya no trago grueso. Desde hace un par de meses no trago grueso cuando alguien pronuncia su nombre; al contrario, lo escucho con naturalidad, como cuando hablan de la gente que vive lejos, en ese momento fue como si mamá se hablara de una tía lejana, o qué se yo.
—Sí, él dejaba las suyas y se ponía las mías.
Le respondí escuetamente para poner punto y fin a la conversación, con el interés de ocultar que “su yerno” (así de pavoso) pasaba en casa más noches de las que ella había permitido (era la única explicación a la cantidad desproporcionada de medias suyas que tengo en mis gavetas).
Sus medias, las mías, da igual, son de las pocas cosas que no boté, no por nostalgia sino por necesidad. Que yo tuviese sus medias significaba que, en algún momento, él se había llevado las mías. No eran gestos de amor, sólo ritos de convivencia.
—Sí, sí. Hay muchas medias de él aquí. Al pasado ese le tuve que lavar hasta las medias pues…
—Umjú —dije cortándole la historia (ya me la sabía).
Ya casi tenía el sumario del texto, y me faltaban aún tres cuartillas. No pensaría mi mamá que iba a seguirle la corriente en sus intentos frustrados para hablar de Luis. De por qué se terminó, del bendito qué paso, del “si ustedes se querían” o del “amor de la universidad no es el de la vida”. Y ni hablar del tiempo que perdería tratando, otra vez, de maquillar la historia con la misma información que había usado la última vez que me preguntó. No tenía cabeza para fabricarle otra vez la pantomima del tiempo, la costumbre y de cómo lo eterno se vuelve finito, y etcétera, etcétera.
—Ay mami, ahorita no.
Silencio.
—Cómo me abandonó ese loco, vale. Fíjate uno se encariña con la gente y…
—Y nada mamá, y nada. La gente se va, la gente viene, la gente es gente. Estoy ocupada.
Silencio.
Terminó de emparejar con esmero las medias. Sólo una de ellas quedó sin par. Ya en ese momento el modo entrevista había pasado al modo reflexión… (No tenía tiempo para eso, pero cómo hace uno)
Entendí que las relaciones terminan pero que hay lazos que difícilmente se rompen, y la familia es parte de ellos. Entendí que el amor se evapora, que los intereses cambian pero que el cariño de la gente que no tuvo nada que ver en esto, es difícil de diluir. Supongo que es lo mismo que me pasa con su familia.
Debo confesarte [a título personal] que me hizo ruido que mi mamá te extrañara. Algo en mí se sintió raro porque Marlene te extraña en estos días en los que yo, irónicamente, he dejado de pensarte.
¿Será porque es Navidad?
GRACIAS!
A la fantoche por mi nueva imagen (amo mi teléfono amarillo)
Es hermosa como nuestra tesis, como miga y luza, como mi fléndiga favorita, como mis hermanas y como las muñecas.
De los derechos... y deberes
Necesidades creadas
Tener sexo
Punto. Y Seguido...
Matemático
¿Qué ocurre si...?
A. Lo apagas y ves TV
B. Lo apagas y escribes un cuento
C. Lo apagas y duermes
D. Ninguna de las anteriores (*)
Y en cambio...
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